Correr en sueños y llorar cuando valga la pena,
guardar las fiestas o dejar incompletos crucigramas,
atreverse cuando menos lo esperas
al excederse en urgencias de delicados momentos
en el mano a mano con la vida marcada.
Echar al ángel de la guarda de la alcoba vacía,
pasar en rojo el semáforo de las pupilas negras
quemar las cien sabanas blancas del pecado
sin pedir perdón de rodillas ante hogueras
cuando la palabra cobarde viene de labios sinceros.
Mojar la pólvora mucho antes de la batalla perdida,
pintar de azul el rocío de amaneceres eternos,
armar laberintos con los lunares de tu cuerpo
para recoger los motivos que confiaste a tu amnesia
la que espía entre polvo marchito que es retazo de nada.
Endulzar el veneno confesor de pávidos poetas presumidos,
fotografiar las cicatrices que dibujan esos labios abiertos,
sentir los excesos cada vez que se hunde esta cama
entre perdiciones, maldiciones, confesiones, dudas y certezas
para abreviar el “sin ti” como frase que se vuelve crónica sin sentido.
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