Qué bueno que al caer, el pájaro me sostiene antes de nacer,
que el almidón en la camisa mantiene la arruga que yo no pude,
que la luz cambie de verde a rojo para el descanso justo,
que no contestes el teléfono al interrumpir el ritual del pecado.
Qué bueno que el tiempo perdido se vuelva necesidad de más,
que enero y junio sean puntos de partida de necios intratables,
que las ideas precoces den vida a primeras veces,
que el alivio siempre provenga de daños personales.
Qué bueno que nadie reclame lo extraviado anoche en la cama,
que existan jornadas exhaustas de placer confeso entre sudor,
que los preferidos sean objetos de alquiler de damas,
que merezcan los sinsabores un poco de color.
Qué bueno que nunca me atreva a enviarte mis versos,
que la palabra sea vientre tocado desde el más allá,
que la sonrisa permanente juegue graciosa entre ironías,
que la lisonja no me toque ni a kilómetros la piel.
Qué bueno que me creas mis verdades y agradezcas lo contrario,
que lo utópico vuelva a formar el destino pasajero de ayer,
que la casualidad se aparezca en atracos de lunas menguantes,
que la cara o cruz sea la regla ocupada para escoger.
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